A principios de la década de 1930, América se preparaba para la historia maravillosa del motor V8. El país de las oportunidades infinitas iba a sentir desde entonces una fascinación que no había provocado ningún otro motor. Incluso Henry Ford, que durante mucho tiempo había sido fiel al cuatro cilindros de su modelo A, acabó admitiendo que la era de los grandes motores había comenzado.
Con su V8, Ford no sólo disputaba los clientes a Chevrolet, su principal competidor, que apoyaba el seis cilindros, sino que inauguraba un nuevo periodo de vacas gordas. La fascinación que suscitaba el Ford V8 fue tan considerable al principio que incluso bandidos del temple de John Dillinger o de Bonnie & Clyde rindieron homenaje al nuevo producto de la casa Ford.
¡Llegaron a escribir al fundador de la empresa agradeciéndole la calidad de construcción de un vehículo que les permitía huir con tanta seguridad y velocidad! Y si uno era valiente, el nuevo Ford llegaba a una velocidad máxima de 140 km/h.
Efectivamente, se necesitaba volver, no sólo por las malas carreteras de la época, sino también por el chasis de Ford, que exigía mucha precaución a gran velocidad, pues descansaba en resortes de ballesta y estaba guiado por patas de fuerza triangulares. Por supuesto, esta suspensión permitía afrontar prácticamente todos los terrenos, pero hacía problemático mantener la dirección a velocidad elevada.
Aparte de esto, el Ford V8 era un medio de transporte verdaderamente ejemplar y uno de los más logrados en su cilindrada. Le bastaban 22 segundos pasar de 0 a 100 km/h, registro que no alcanzaban entonces muchos coches de turismo de una cilindrada de 3,6 litros.
En cuestión de confort, el cliente de Ford disponía de una caja de cambios de tres velocidades totalmente sincronizada y de un habitáculo confortable de generosas dimensiones, con elementos reservados antes en la gama de lujo.
Se proponían 14 variantes de carrocería a fin de satisfacer los gustos de cada cual. El precio también era interesante, puesto que no era mucho más alto que el del modelo A de cuatro cilindros. Empezaba con 460 dólares para el roadster de ocho cilindros y alcanzaba los 650 dólares para el convertible sedan.
Con el paso del tiempo, los motores tuvieron más prestaciones. Al aumentar la compresión sin modificar la cilindrada, la potencia pasó de 65 a 85 CV. Desde 1943 se adoptó un carburante doble Stromberg que sustituía al carburante invertido de Detroit y contribuía a ese aumento. Como los Ford T y A antes que él, el Ford V8 tuvo una larga vida.
Las carrocerías y los chasis fueron modificados varias veces, pero el legendario motor de ocho cilindros sobrevivió hasta 1954 sin cambios importantes. De largo mide 4,64 mm, de ancho, 1,76 mm, y de alto, 1,58 mm.
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Originally posted 2011-09-28 20:01:13.